Miraba al hombre que caminaba en el césped.
Él a menudo se quedó mirando al cielo como si hubiera rezado al Sol por el calor que no era nada típico en noviembre. Admiraba sus gestos que reflejaban tranquilidad. Él estaba mirando fijamente hacia el río cercano. Se sacudió el pelo varias veces y, luego, con los movimientos de siempre, se lo recogió de estilo vikingo con la ayuda de un coletero. Se movió los hombros, hizo crujir las vértebras del cuello, guiando su energía interna por el camino adecuado a través de esos crujidos. En su mirada podía ver que su mente ya estaba en otro lugar.
...
Me gustaba verlo así.
Respiraba profundamente, inhalando la energía de la naturaleza para que después pudiera transmitir alguna parte de ella –en este caso– a mí. Aquella mañana, el aire estaba fresco, las nubes volaban muy perezosamente en el cielo portugués, pero no tenía frío. Estaba sentada en una silla de jardín con las rodillas abrazadas, llevando puesta una camiseta y me estaba meciendo hacia adelante y hacia atrás, mientras lo miraba.
Estaba esperando.
– 10 minutos más y hará sol –dijo. No me lo había dicho a mí, solo lo había susurrado.
No me atreví a decir nada. Me quedé allí mirando y esperando el momento cuando me diera alguna señal. Estaba dando vueltas alrededor de la camilla de masajes. Se frotó las manos con aceite de romero y acercó sus manos a su cara para poder olerlo con los ojos cerrados.
Pasaron los minutos hasta que podía sentir el calor del Sol en mi piel. Era muy agradable, las nubes habían desaparecido del cielo. La camilla estaba lista en un lugar soleado. El hombre solo caminaba, ni siquiera me miró. Me habría gustado tocarlo. Aunque había pasado la noche con él, en este momento, no me atrevía a moverme. No quería interrumpirle en su ritual que estaba practicando delante de mis ojos.
En este instante me miró. Su mirada, como siempre, penetró hasta las partes más profundas de mi cuerpo. Tenía la sensación de que podía ver todo mi cuerpo desde el interior. En seguida, volví a sentir esa pasión, pero me quedé quieta. Hizo un gesto cariñoso con la cabeza –Acuéstate en la camilla– dijo– de espaldas, por favor.
Me quité la camiseta, me subí a la camilla y me quedé inmóvil. Cerré los ojos y esperaba emocionadamente. Conocía el toque del hombre, pero jamás me había tocado así, de esta forma.
En este momento, la música empezó a sonar. Un mantra que hizo temblar todo mi cuerpo. Incluso con los ojos cerrados, podía ver el río, las nubes, el césped verde, la vegetación maravillosa, la pareja de pavos reales que paseaba cerca. Como si, en el calor de noviembre, hubiera estado flotando algunos metros arriba del suelo.
Apenas me tocó la sien. Sus movimientos circulares y el aceite de lavanda me hechizaron la mente. Era tan relajante que casi me derretía sobre la camilla.
Cuando empezó a trabajar mis piernas con movimientos largos y fuertes, mi cuerpo relajado reaccionó ante los toques aceitosos y resbaladizos de tal manera como si hubiera sido electrocutado. La palma caliente del hombre estaba cubierta de aceite y mi piel lo absorbió junto con su aroma tranquilizante. Abrí los ojos. Intenté mirarle en los ojos, pero no lo conseguí. Se había entregado completamente a los movimientos y, de acuerdo con el ritmo de la música, estaba trabajando sobre mi cuerpo. Después de calentar mis músculos, dobló mi pierna, primero, a la derecha y, luego, a la izquierda, formando una media mariposa al lado de la otra rodilla. Fue en este momento cuando se cruzaron nuestras miradas. Viendo mi cara algo dolorosa debido al músculo estirado y tenso, me sonrió. Duró solo algunos segundos, después ya se enfocaba otra vez en mi cuerpo.
Voltéate, por favor. –me susurró a los oídos, sacándome del estado indolente. Coloqué mi cara en el hoyo de la camilla. Me sentía muy tranquila, por fin, todos mis músculos estaban relajados.
La música me hizo sentir relajada y animada a la vez. No he podido quitarla de mi cabeza desde entonces. Si la escuchas a un volumen bajo, te tranquiliza, si la escuchas a un volumen más alto, te conmueve. Mantra.
Por fin, llegó hasta mi espalda. Como si hubiera tenido más manos, sentía su toque aceitoso y fuerte por todas partes. Me hundía aun más en la camilla, mientras mi cuerpo relajado disfrutaba de sus movimientos resbaladizos, calientes y tranquilizantes.
De repente, una sensación metálica de golpes me despertó y escuché el ruido rítmico de cucharas. A lo largo de mi columna vertebral, me golpeaba la espalda con mucha energía siguiendo un ritmo característico. Para cuando me volví consciente, los golpes fuertes se habían sustituido por una sensación acariciadora que casi me daba comezón en las terminaciones nerviosas. Mi cerebro quedó atrapado en una red sorprendente de golpes y caricias.
No percibía ni el tiempo ni el espacio, mi cerebro se había vaciado, me había entregado por completo a las sensaciones físicas.
Como si cien dedos hubieran estado acariciando la piel en mi cabeza al mismo tiempo. Una sensación entumecida recorrió a lo largo de mi columna vertebral que me hizo gemir sin querer. ¡Era un sentimiento increíble! Había pasado a formar parte de la naturaleza, mi mente se había vaciado, mis músculos se habían relajado, mi corazón se había llenado de amor, …ya no sabía dónde estaba. La música la estaba emitiendo mi cuerpo, había adquirido las vibraciones del mantra.
Al final, sentí un beso en mi cuello. El encuentro entre el masajista y la amante en forma de un beso resulta en un sentimiento asombroso. Como si fuera un golpe de gracia.
Estaba llorando en silencio. Las lágrimas de alegría dejaron su huella en el hormigón debajo de mí. Estaba extremadamente feliz.
No sé cuánto tiempo me quedé acostada así, llorando y relajada. …
¡Buen camino! –oí la voz sonriente de mi amor, terminando el ritual.
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