Al ir bajando cargada con mis dos enormes maletas moradas del segundo piso, las ruedas sonaban en cada escalón al chocarse y después seguían bajando hacia el siguiente escalón.

La levanté con fuerza y con el impulso conseguí meterla en el maletero del coche. Estaba exhausta cuando llegué al hotel del municipio de al lado. Ya no me molestaba el desorden en el maletero al abrir la enorme maleta en busca de alguna prenda más cálida entre la ropa de verano. Metí en mi mochila pequeña lo que encontré y junto a mi neceser me dirigí hacia el Hotel de Cacabelos.

Pregunté si tenían una habitación libre. Enseguida me dieron una, donde solamente estuve sentada unos minutos y no aguanté más.

Rápidamente cogí mi abrigo y fui a un bar cercano.

- Quiero algo fuerte para beber - le dije al camarero que me miraba con incomprensión. Al no entender el inglés, empezó a hablarme en español.

- Quiero un gin tonic – le dije a la chica joven que me miraba con empatía y echó una generosa cantidad de ginebra en la copa de balón llena de hielos.

Me senté en una mesa alta. No era algo extraño, en España es totalmente normal que alguien – incluso una mujer sola – beba en el bar. Tuve suerte. Nadie se unió a mí, nadie me preguntó por mi infrecuente tristeza, ni por mis lágrimas que de vez en cuando aparecían.

Escuchaba la agradable música, me tomé la copa y luego volví a la habitación del hotel. Tras una ducha rápida y caliente me tumbé boca arriba en la cama. Coloqué mis manos al lado de mí, y con las palmas hacia arriba empecé a relajarme. En cuestión de segundos me quedé dormida.

Soñé con un niño. Un niño con el pelo largo y con los ojos enormes. Iba corriendo por el césped verde del estadio mientras le daba patadas al balón con una enorme sonrisa en la cara. En su camisa de rayas blancas y azul claras llevaba el número 16 en rojo. En sus manos llevaba unos guantes gigantes que le llegaban casi hasta los codos. Le dió una fuerte patada al balón, después corrió hacia la portería y con las piernas abiertas y las manos en alto empezó a moverse a la izquierda y a la derecha con ritmo. El balón volaba hacia él cuando se movió a la derecha y alargando sus brazos al lado de su cabeza devolvió el balón mientras se tiraba. El público estaba fuera de sí en el estadio y el niño sacando pecho disfrutaba del éxito y de los cánticos que sonaban repetidamente: De -Por-Ti-Vo! De -Por-Ti-Vo!

Me desperté. Estaba buscando al niño cuando me di cuenta de que estaba sola en una habitación de hotel. Esperaba la mañana. Aún era de noche cuando me fui al bar del piso de abajo. Estaba vacío.

- ¿Puedo ayudarla? - preguntó el recepcionista del hotel al lado del bar.

- Gracias, solo quería tomarme un café con leche, pero puede que haya venido demasiado pronto. Si aún es de noche – dije.

- No, no señora, le preparo una. Tómese asiento – y encendió las luces en el bar y puso música a baja volumen.

Me dio un pastelito con el café . Le daba tragos a mi café perdida en mis pensamientos, observando los movimientos del camarero del bar, cuando me fijé en un cuadro en la pared.

- ¿Qué? ¿¡Será una ilusión?! – Real Club Deportivo La Coruñ ¿Justamente este cuadro? ¿Por qué estará aquí colgada en la pared? Como si todo hubiese estado jugando en mi contra. Le hice una foto rápidamente, y con los ojos llorosos me acordé de mi sueño, y del recuerdo agradable del desayuno que había tomado en el pasado al lado del estadio de La Coruña.

Cuando salí hacia Barcelona, en el camino de casi 900 kilómetros desde el hotel estuve reflexionando sobre estas pequeñas señales, aparentemente casuales, y también sobre su importancia.

En un par de días se me olvidó lo ocurrido, cuando estuve dando vueltas por el museo de Picasso en Barcelona.

Conocía la obra de Picasso por los cuadros difíciles de interpretar para mí de su época más madura, pero no conocía ni sus dibujos, ni sus pinturas que representaban la realidad de manera obvia de su época más temprana.

De repente ví una pintura.

La miré una y otra vez, cuando me entró una sensación de calidez. Me sonaba ese edificio.

Leí el título: Casa en La Coruña. 1892

 ¡Claro! La característica Torre.

Al reconocerla, en mi imaginación de nuevo estaba sentada en el punto más alto de la Coruña. Delante de mí se extendía la ciudad, en el bar sonaba música agradable, y los rayos del sol calentaban a través de las ventanas de cristal. ¡Estaba feliz, inmensamente feliz!

Allí, en el espacio cerrado del museo volví a sentir la atmósfera caliente y deslumbrante del restaurante, y la felicidad producida por las vistas y las sensaciones agradables. Delante de mis ojos ví al niño corriendo por el estadio, y en mis oídos de nuevo escuché la voz retumbante del público: ¡DE- POR – TI – VO!

 

¡Porque nuestros recuerdos son para siempre, ya nadie nos los puede quitar!